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En 1982, toda una generación de jugadores se enamoró del Sinclair ZX Spectrum, un pequeño ordenador de 8 bits capaz de conjurar magia en los televisores de cientos de hogares. Michael Jackson, Madonna, el cubo de Rubik, E.T., Regreso al Futuro o los Cazafantasmas. Desde Robocop hasta Batman! Los años 80 estuvieron marcados por un sinfín de iconos culturales que perduran a día de hoy. Dentro del mundo del videojuego, no sería exagerado afirmar que Sinclar ZX Spectrum abrió la veda del fenómeno que vivimos hoy en día tanto en España como en el resto del mundo. Por aquel entonces, la tecnología no permitía alcanzar los fastuosos gráficos a los que hoy estamos más que acostumbrados. En pantalla se aglutinaban unos cuantos píxeles de colores y con eso era más que suficiente para pasar tardes e
En 1982, toda una generación de jugadores se enamoró del Sinclair ZX Spectrum, un pequeño ordenador de 8 bits capaz de conjurar magia en los televisores de cientos de hogares. Michael Jackson, Madonna, el cubo de Rubik, E.T., Regreso al Futuro o los Cazafantasmas. Desde Robocop hasta Batman! Los años 80 estuvieron marcados por un sinfín de iconos culturales que perduran a día de hoy. Dentro del mundo del videojuego, no sería exagerado afirmar que Sinclar ZX Spectrum abrió la veda del fenómeno que vivimos hoy en día tanto en España como en el resto del mundo. Por aquel entonces, la tecnología no permitía alcanzar los fastuosos gráficos a los que hoy estamos más que acostumbrados. En pantalla se aglutinaban unos cuantos píxeles de colores y con eso era más que suficiente para pasar tardes enteras de disfrute frente al televisor y tras los mandos. Momentos que anidan en los recuerdos más preciados de toda una generación. Sin miedo a las limitaciones técnicas, la industria abrazó el talento de los mejores artistas de la época para ilustrar las portadas de sus videojuegos. Nombres como el de Alfonso Azpiri reinterpretaron, a golpe de pincel, lo que se veía en pantalla. Y lo hicieron sin siquiera imaginar que estaban haciendo historia. De aquellos años no solo perdura un recuerdo imborrable de interminables tardes de disfrute. Perdura, también, el arte de unas portadas que eran mucho más que portadas. Eran invitaciones a soñar.